La capacidad de su lenguaje, hace que en cada poema, sea posible atravesar lo sagrado y lo cotidiano, con un ritmo potente, desde el universo erótico-amoroso.
Se cree que nació en Quito, en las dos primeras décadas del siglo XX. Por los escasos datos que de Lydia Dávila existen, se podría decir que es una poeta rarísima que escribió un solo libro, que basta para colocarla a la altura de los mejores autores ecuatorianos. Algunos acercamientos a quién fue Lydia Dávila, menciona que nació y vivió en Quito, que escribió "Labios en Llamas" a los 19 años de edad, y que se llamaba a sí misma “Satanás de Amor”.
Quizá, la poeta decidió quitarse la vida y por eso no existen otros libros, quizá después siguió publicando pero con otro nombre; o simplemente su vida literaria, terminó con su primer libro. Tal vez, Lydia la poeta y Lydia el personaje que amaba a Sandor, el joven pintor de cabellos rubios a quien “entregó la virginidad en un rojo diván”, decidió desaparecer y cambiar de identidad para soportar y tolerar a la cerrada y ortodoxa ciudad de Quito.

Lydia Dávila
Labios en Llamas
(Un libro de 52 poemas, publicado en la Imprenta Ecuador, en Quito, en septiembre de 1935.) ahora, en el siglo 21, guarda su único libro editado en la biblioteca de los sabios jesuitas. (la Biblioteca “Aurelio Espinosa Pólit”)
El libro devela una construcción estética única, para el Ecuador de 1935, año en el que ni siquiera los poetas más notables de la época en nuestro país, se atrevieron a tanto con el lenguaje a desentrañar la sexualidad, el erotismo y el universo del cuerpo.
Mis senos se transfiguran al conjuro de sus labios.
Si él tiene la melena rubia, como el trigo de la Palestina.
¿Por qué no he de quererlo?
¡Señor! Perdona si mi oración tiene sonoridades de histeria…
También me ha crucificado su cariño;
porque soy una santa, una virgen con palideces diabólicas.
Poemas en prosa que mantienen un ritmo entre lo sagrado del encuentro amoroso, y la perversión de los sueños eróticos, las fantasías y los límites inexplorados del cuerpo y del amante.
Su poesía nos habla de una mujer que se conoce muy bien a sí misma.
Es que en mis poemas estoy yo: Lydia, escribe al final de su poemario, como si quisiera dejar bien claro que lo más íntimo de su ser está escrito por siempre en sus versos en prosa.
Yo, Lydia: soy la flor migratoria de unas cuantas romerías en camino.
Me tienta la nostalgia de sus ojos enfermosy es un pecado la encarnación más perfecta de mi deseo…
SOLA
El tiempo huye tediosamente, con alas de convalecencia, por mi ventana… Pienso: en la mesa de disección, días neutros que fuero sístole y diástole de mi existencia…
Hoy mutilada, andrajosa, pálida.
Si pudiera caracterizarme, sería la consagración de un dolor con mascarada suprema. Tengo una tentación de la llama de mi cuerpo: el primer hombre la santa agonía de mis castidades y con retornos de noche.
La primera calcomanía de mis ansias…
Un hombre de cabellos lavados en tinieblas y con sabor de mis dolores de hembra, de maldita hembra palida Después… una lascivia de huellas roídas, un camino gastado, una laguna infinita. Lastimaduras en mi ser, porque soy una bella flor de histerismo Después… un cáncer que hinca…
Un dolor voluptuoso y canalla. Después…
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La alucinación de tu deseo vivirá en la linfa de mis fecundidades. De mis fecundidades que tienen dolores jesucristinos… Seré buena… para recibir la hostia sagrada de tu sexo. La herida milagrosa de tus carnes en floración. Yo sabré esperarte... a conjuro de una tentación, de un extacis... de una agonía……
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LÁMPARA
Un delirio de luz, y luego un encenderse de prodigios en las fosforescencias de mi carne: violeta transfigurada, rojiza…
Está naciendo una lámpara, en el peregrinaje de las epilepsias alegres…
Soy toda luz, maravillada de luz, bañada de luz. Una nueva sonatade cromatismo. Un vaho rojo por el monótono valle.
Tu amor hizo el rutilo de una iluminación interior.
Tengo una lámpara en mis languideces. Una fosforescencia de deseosen mis dos labios. Soy así: luz…!
Labios en llamas, rompe el tradicionalismo social de las mañanas de iglesia y rezos de la franciscana Quito; y cambia las costumbres, el orden y la sexualidad convencional, por el deseo como un territorio que le pertenece a una mujer.
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